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25.4.07

"Eran personas de edad que llevaban en camiones, vivas, amarradas (...) Se repartían entre grupos de a cinco (...) las instrucciones eran quitarles el brazo, la cabeza... descuartizarlas vivas"
El Tiempo, martes 24 de abril de 2006.

La crueldad de los nazis era instrumental. Su odio contra la raza humana no era la razón fundamental para que sus métodos fueran tan crueles, simplemente la crueldad insensibiliza y quita el malestar del asesino. La crueldad era garantía de efectividad, su empleo era un medio para el desarrollo exitoso de la empresa antisemita(1).

El mal era banal para ellos(2). El objetivo de la crueldad, del descuartizamiento, de la tortura y del asesinato no era el mal mismo sino la compleción de la tarea encomendada por Hitler y diseñada por Eichmann.

Yo me pregunto si en la empresa de acabar con la izquierda en Colombia, bien sea mediante argumentos tendenciosos o motosierra, la crueldad es instrumental y el mal producido es meramente banal. Yo me pregunto qué demonios tienen que ver los ancianos campesinos que se llevaban amarrados en volquetas con Tirofijo o con Petro. ¿Es esa crueldad meramente instrumental? ¿Había que hacer 584 ensayos para que la descuartización definitiva, la de Carlos Gaviria o Tirofijo (que para ellos vienen a ser más o menos la misma persona) no fallara? ¿Estos asesinos simplemente creían que le estaban haciendo un bien al país torturando ancianitos?

No creo, es demasiado estúpido creer algo así. Esto nos lleva a una conclusión: los paras son peores que los nazis. Los segundos al menos torturaban como un medio para llegar a un fin macabro; para los primeros la tortura es un fin en sí mismo. Y si Israel permitió la pena de muerte durante 24 horas para aplicársela a Eichmann, no veo por qué Colombia no pueda hacerlo para aplicársela a Mancuso, Jorge 40 y sus secuaces. Al fin y al cabo aquí lo único que falta para eso es que firmen un decreto.

(1) Glover, Jonathan (2002). Humanity: A Moral History of the Twentieth Century. Disponible en este link (toca pagar).
(2) Arendt, Hannah (1963). Eichmann in Jerusalem. A Report on the Banality of Evil. NY, Penguin.

9.4.07

Hoy es nueve de abril. Hace 59 años ocurrió algo que, como no, ocurre todos los días en nuestro país: un asesinato que quedó impune. “Pues ni modo”, pensarán todos, “uno más, uno menos, qué carajos. ¿Cúcuta seguirá primero en la tabla? Ojalá ya empiecen los deportes en el noticiero”.

Sí, Cúcuta sigue primero en la tabla. Y en la web de el único diario nacional de este país hay un espectacular reportaje sobre la casa de la bellísima (y tontísima) Katty Porto. Y Britney Spears reapareció con una peluca en un partido de baloncesto. Etcétera, etcétera. Si acaso por ahí queda un poco de espacio entre la agenda farandulera de nuestros hermosos medios, saldrá que hoy seguramente mataron a alguien en algún pueblo. A lo mejor un reportero de esos que más o menos se mueren de hambre fue y sacó una noticia, pero no le publicaron las veinte líneas que tenía su nota. A lo mejor le apareció un nuevo hijo a algún cantante de pueblo. Esas cosas si venden periódicos.

Hoy sobre la carrera séptima está la mejor metáfora que he podido ver sobre la historia de nuestro país. Hay una lista de asesinados sin asesino en el piso. La gente pasa y los pisa, no les importan. Tienen afán, toca sobrevivir.

Así pasa con los muertos. No nos importan. Tenemos afán. Nos toca sobrevivir. Por eso será que son tantos; porque ya no nos pesan.