Hay problemas técnicos. Haga clic aquí para poder leer la entrada. Gracias

27.1.08

Si, buenas. ¿Se acuerdan de esto?

Ahora vean esto:































Lunes 4 de febrero de 2008.
12 M. - 2 P.M.
Parque de la Independencia. Acceso por la Séptima con avenida 26 o por la calle 26 con carrera 6A. (ver invitación en Facebook)

Nos vemos allá. Lleven almohada y cámara.

13.1.08

Era previsible que después de la algarabía de las liberaciones de los secuestrados, la tensión política entre el autoritarismo colombiano y el totalitarismo venezolano se pusiera más aguda que nunca. Hugo Chávez iba, más temprano que tarde, a pasar la cuenta de cobro de la liberación. Lo que nadie se esperaba era el monto tan alto.

Lo del reconocimiento del estatus político a las guerrillas es una cuestión vieja, que se ha discutido mucho antes y durante el gobierno Uribe. La aporía radica en que Uribe no va a poner en riesgo su capital electoral dándole reconocimiento alguno al “enemigo común de los colombianos”, que ha apalancado y sustentado retóricamente su programa de gobierno y su misma permanencia en el poder. A Uribe lo eligieron para “fumigar esa plaga”; las mayorías uribistas no le perdonarían (si tuvieran cerebro y memoria) que claudicara en su misión. Sería la primera vez, dada la visión simplista de un sector visible de la derecha colombiana —según la cual todo lo que huela a izquierda es una amenaza terrorista—, que uno de los macabros desaciertos de Uribe le podría costar algo de popularidad: la parapolítica, la tentativa de usurpación de poderes y la centralización de toda la labor estatal en “los huesitos y la carnita” del caudillo eran males necesarios para que “la gran tarea nacional”, la erradicación de la guerrilla, fuera llevada a cabo a cabalidad. El costo humano, ya lo sabemos, no les importa: al fin y al cabo —dicen ellos— uno no puede ganarle a un enemigo que no sigue las reglas, a menos que uno mismo también renuncie a ellas.

Personalmente creo que la única forma admisible y legítima del juego político es aquella en la que se juega con reglas. Y en ese sentido, las FARC no pueden ser un actor político a menos que se acojan a las restricciones que les impone una situación de diálogo legítimo, es decir, a menos de que sus argumentos ya no estén respaldados por la amenaza de una represalia violenta. En concreto, eso quiere decir que las FARC sólo serán actores políticos cuando decidan hacer un cese al fuego y entreguen a todos los secuestrados que tienen en su poder. Sin esas condiciones, la situación de un eventual diálogo sería análoga al temido Caguán. Uno no está dialogando cuando la contraparte está apuntándole con un revolver en la cabeza.

Lo que me preocupa de todo eso es que el señor Chávez haya respaldado explícitamente las luchas de las FARC y del ELN, afirmando que son “apoyadas” por su proyecto bolivariano. ¿No es lo mismo decir eso que decir que todas y cada una de las violaciones a los derechos humanos que han cometido las FARC a lo largo de su historia están justificadas por el proyecto político chavista? ¿No está “apoyando” Chávez el manejo infame de la crueldad como arma política y la manifiesta mala fe con la que las FARC han echado a la basura todas y cada una de las oportunidades que han tenido de volver a la vida civil? Si la reanudación de las relaciones diplomáticas entre los dos países va a ser consecuencia de la declaración de beligerancia a las guerrillas, y si esa declaración está motivada por ser parte del proyecto bolivariano, ya todo esta dicho. El cobre está pelado.

Para mí, las declaraciones de Chávez ponen de manifiesto —entre otras cosas— que las miles de víctimas de las FARC son víctimas del proyecto político de la república bolivariana de Venezuela. Chávez se acaba de echar miles de muertos a la conciencia.

Además, lo que hace Chávez con sus declaraciones es terminar de polarizar las posiciones políticas en Colombia. Al ponerse del lado del enemigo en común, quita del espectro de las posibilidades políticas del país una opción que no esté manchada de sangre: para el 2010, tenemos que elegir entre el declarado amigo de los Ochoa y su asesor, el supuesto abogado de Pablo Escobar; o el aliado de los asesinos de las FARC y el ELN (y, entre otras joyas, del ultraortodoxo Ahmadineyad).

Una cosa es abogar por un mecanismo que permita una salida política al conflicto colombiano; otra es justificar los asesinatos y los actos terroristas de un grupo armado como parte del propio proyecto político. Lo primero es loable y respetable; lo segundo es hacerse responsable político de la comisión de actos sumamente execrables. Chávez hace lo segundo diciendo que quiere hacer lo primero.