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29.11.08

Otra vez con el corazón desarropado. Otra vez sintiéndome como una bolsa en medio del mar, llevada por el viento de unas ideas locas con rumbo hacia ninguna parte, sin una luz ni un horizonte que no sea ese mismo mar melancólico y despiadado.

Otra vez respirando el mismo aire viciado y arenoso, que entra pero no sale, que carcome pero no alivia. Otra vez triste, con la cabeza gacha, preguntándome si es que eso del amor no es para mí. Otra vez constatando que mi paciencia tiene unos límites muy cerrados y que cuando se agotan sólo queda la desesperanza. La desesperanza de que algo pase, de que algo cambie. Otra vez creyendo que todo va a seguir igual, que conmigo no hay caso porque soy un pobre hijo de puta cuyo corazón en últimas no le importa a nadie, porque en el mundo real no hay a quien le interese si estoy bien o estoy mal.

Nadie me preguntó si prefería ser una lumbrera en medio de un desierto. Nadie me preguntó si quería levantarme por las mañanas y no tener mas consuelo que ver a las parejitas por la ventana, mientras tiendo una cama en la que ya nadie duerme y hago un desayuno que siempre sabe a lo mismo. Nadie me preguntó si no me dolía ser capaz de cosas de las que nadie es capaz, pero no serlo cuando se trata de la cosa misma que comparten los seres humanos y que mueve al mundo. Nadie me preguntó si prefería levantarme más temprano para decirle a alguien, a las cinco de la mañana, que me importa. Nadie me preguntó si me gustaría mirar los ojos de otra persona en silencio, verlos brillar. Nadie me preguntó si no me importaba no ser capaz de ser un ser humano.


¿Cómo quieren que aprenda, entonces, a no ser desmedido? Es que mi corazón no tiene alternativa. No la tiene así sepa que debería construírme otra posibilidad, que —por ejemplo— debería terminar de una vez por todas mi pequeño mundo poblado de fotografías melancólicas y de reflexiones altisonantes y retorcidas. No lo hago. Y no lo hago porque no se me da la honesta gana de hacerlo, y si eso no ocurre simplemente no puedo hacerlo. Y no se me da la honesta gana de hacerlo porque me temo que, si lo hago, todo seguirá siendo lo mismo. Controlar mi corazón no me impedirá seguir navegando por un mar que es la nada misma, siguiendo un rumbo que es ninguno en absoluto.