
Sin embargo, ver Satanás me dio ánimos para terminar. Me mostró que esa clase de sensaciones, esa clase de amarguras, confusiones, esperanzas y miedos de todos los días pueden verse a través de una cámara. Me mostró que pueden mostrarse, que la gente puede entenderlos y salir de cine con la conciencia perturbada por la crudeza que puede tener una vida que de un momento a otro deja de ser normal.
Ese es el gran mérito de esa película. Puede llevarlo a uno por la montaña rusa de la desgracia, puede mostrar cómo alguien se vuelve asesino viviendo en su apartamento y comprando leche en la tienda. Puede hacerle entender que la carne de la que todos estamos hechos puede ser profundamente débil y profundamente despiadada cuando quiere.
Por supuesto, hay cosas que mejorar. El cine colombiano sigue teniendo su eterna tara con el sonido, que en esta película se satura por momentos y se vuelve desagradable. Igualmente, hay partes que se quedan en un mero intento por mostrar cosas que al final no se muestran. Sin embargo, hay que alabar que la parte visual en general es muy limpia y que la fotografía está muy cuidada, que la película tiene una buena estructura narrativa y que el guión no se fractura y no pierde su contundencia en ningún momento. Pero, por encima de todo, hay que alabar que el cine nacional se está atreviendo a contar las historias que este país esconde detrás de las paredes. Y se está atreviendo a contarlas como merecen ser contadas, sin temer hacerle daño a la conciencia del espectador.
Ví:
Satanás: 4,2/5.